Mientras tanto, cuando Lucas llegó al norte, la primera persona que vio fue a Belisario. Estaba sentado dentro de su oficina, su rostro carente de cualquier expresión.
—Viniste... —dijo fríamente Belisario.
—¿Por qué no habría de hacerlo? —preguntó Lucas, sin ocultar el sarcasmo en su voz. El Belisario de ahora parecía como si hubiera estado en una guerra, su apariencia desaliñada, su rostro pálido.
Se veía exhausto.
—¿Vas a responder a mi pregunta? —preguntó Belisario.
—¿Has pensado en cómo nos conocimos? —Lucas se acercó al bar, sirvió vino para ambos y le entregó una copa a Belisario antes de sentarse frente a su amigo.
—Me salvaste, —dijo Belisario, bebiendo la copa de vino de un trago—. ¿Eso significa que te debo una vida?
—Sabes que nunca podrías vencerme, —dijo Lucas—. Te di otra oportunidad en la vida y no la voy a quitar. —Lucas entendía lo que Belisario verdaderamente deseaba.