El pecho de Rosalind se contrajo, como si un peso pesado la aplastara. La sensación de ahogarse la envolvió, dejándola indefensa.
El miedo con su gélido agarre sujetó su corazón, apretando más con cada momento que pasaba. La desesperación la arañaba, instándola a encontrar una manera de respirar, de escapar de la pesadilla asfixiante.
Jadeando por aire, un torbellino de emociones la abrumó: pánico, confusión y una profunda sensación de impotencia. Cada respiración forzada se convertía en una batalla contra una fuerza invisible, dejándola jadeando por el precioso aire que tan desesperadamente necesitaba.
Mientras su visión se nublaba y su conciencia flaqueaba, voces tenues susurraban como ecos distantes de otro mundo.
Reuniendo un inmenso esfuerzo, Rosalind logró abrir sus pesados párpados. Su visión estaba borrosa y desorientada, pero se encontraba dentro del refugio reconfortante de una pequeña choza rústica y pintoresca.