A medida que Rosalind recuperaba gradualmente la conciencia, el peso de la confusión presionaba su mente. Su memoria se sentía fragmentada como si piezas de un rompecabezas dispersas anhelaran ser reensambladas. Su ceño se acentuó, una inquietante pesadez se aferraba a su cuerpo, tirando de sus sentidos.
Parpadeando para abrir los ojos, esperaba encontrarse en el opulento baño, rodeada por la bruma del vapor. En cambio, su mirada cayó sobre las ásperas paredes de piedra de una cueva tenuemente iluminada.
La humedad impregnaba el aire, mezclándose con un sutil aroma terroso. Este marcado contraste con sus expectativas envió un sobresalto de ansiedad a través de sus venas.