—La gente que trabaja con el príncipe se esconde a plena vista. He enviado a mis espías para intentar vigilarlos, pero todos ellos desaparecieron sin dejar rastro —El Conde volvió a toser—. Me temo que han colocado unos cuantos espías a mi alrededor. Esta fue la razón por la que querían deshacerse de mí.
El Duque asintió en respuesta.
—Sería prudente si Su Gracia enviara a unas cuantas personas más al lado del Príncipe —agregó el Conde.
—Muy bien, gracias por informarme. Como prometí, Leonardo estará seguro y protegido, y usted puede recuperarse sin preocupaciones. Dentro de unos pocos días, quiero que celebre un banquete en honor a su recuperación.
El Conde asintió.
—Su Gracia, si no le importa, ¿podría saber quién me ayudó? Esa señora
—Es mi esposa —sonrió el Duque—. Y la conocerá cuando esté listo. Por ahora, cuídese, joven Conde.
—Sí, Su Gracia. Gracias por su benevolencia.