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—No entiendo al joven Moller… —el Duque seguía sonriendo con tranquilidad. Sin embargo, para Clinton, era como la sonrisa de un demonio. Clinton tembló; el Duque debió haber planeado todo, desde permitir que aquel teniente lo ofendiera hasta atraerlo a este lugar con una barrera rota.
El hombre era, en efecto, muy astuto y poco amable.
—Mi padre no te dejará salirte con la tuya.
—El Duque se siente enfermo, —dijo el Duque Lucas—. Corre el rumor de que ni siquiera puede mantenerse en pie. ¿Me estás diciendo que todo eso eran mentiras?
—¡Sabes muy bien lo que está pasando!
—¿Lo sé? —El Duque Lucas tomó un sorbo de su té.
—¿Realmente vas a sacrificar las vidas de las personas que viven en esta ciudad solo por tu propia avaricia?
—¿Avaricia? —preguntó el Duque Lucas—. No comprendo.