Noah miró a los ojos de Anaya y ella le devolvió la mirada con una sonrisa. Dudaba haberla visto sonreír así, libre y sin reservas, antes. Bajó su mano de la mejilla de ella y levantó su mano hacia ella,
—Gracias por esperar, Anaya.
Cuando Anaya se despertó esa mañana, se había despertado con el pensamiento de que vería a las personas casarse, pero nunca casándose ella misma. Era porque no tenía la intención de casarse con alguien que no le gustara, y sin mencionar, tenía un gusto muy alto en hombres, como Noah Sullivan.
Anaya colocó su mano en la suya, sintiéndose alegre como una niña y marcó este día como el mejor de su vida.
—Gracias por venir a verme, Noah —Anaya no pudo detener la sonrisa que seguía floreciendo en sus labios—. Estoy feliz de que no hayamos dado demasiadas vueltas y se haya resuelto de inmediato. Los malentendidos son lo peor.