El estómago de Marceline gruñía, manteniéndola despierta incluso durante las horas de la noche en las que se suponía que debía estar durmiendo. Con una linterna encendida en su habitación y un pote de barro lleno de agua, lo contemplaba mientras pasaba sus manos por su estómago. La habitación era apenas una habitación, con un separador para bañarse o hacer otras cosas necesarias.
No había espejo, pero había un armario para colocar toda la ropa que uno poseía. Había una mesa pequeña y un taburete. Pero la habitación no tenía chimenea para calentarse en este clima. Había
En algún lugar en el fondo de su mente, esperaba que sus padres vinieran a rescatarla de este ritmo loco, que no era menos que una institución para los miembros locos de la sociedad, que no eran aptos para caminar entre los cuerdos.