—Vincent presionó las manos de Eva contra la superficie de la cama junto a su cabeza. —Me gusta consentirte más que a nada, niña pequeña. Así que déjame consentirte.
La sonrisa en los labios de Vincent comenzó a desvanecerse lentamente mientras acercaba su rostro al de ella. Eva podía sentir la fuerza en sus manos que mantenían las suyas en su lugar. Cuando sus labios se acercaron a los de ella, a solo una pulgada de distancia, podía sentir el calor y la presión de estos, pero él no la besó, como si observara cómo aumentaba su excitación y necesidad.
Como si eso no fuera suficiente, él dobló su rodilla y la colocó entre sus piernas. Cuando ella lo sintió rozar el dulce rincón ahí, un gemido se escapó de sus labios. El sabor era delicioso y todo su cuerpo tembló.
—Vince... —Eva gimió su nombre.