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Sosteniendo la fregona en su mano, Rosetta la observó antes de hacer un movimiento similar al que Eugenio le había mostrado.
Rosetta sumergió su fregona en el cubo, agitándola arriba y abajo en el agua. Disfrutaba hacerlo ya que le parecía divertido. Luego vino el retorcer el trapo y observó cómo caía el agua. Al nunca haber hecho algo así antes, sintió escalofríos recorrer su cuerpo al pensar que tendría que tocarlo. Era porque el trapo parecía raído y viejo.
Tragándose la sensación desagradable que sentía, Rosetta se dijo a sí misma: «Si paso por esto, Eugenio me verá bajo una nueva luz. ¡Necesito hacer lo mejor que pueda!» Finalmente tocó la fregona mojada y exprimió el agua mientras fruncía la cara.
Eugenio, que estaba al otro lado, observó a la vampireza poniendo esfuerzo y él continuó con su trabajo. Quién iba a saber que la vampireza mostraría tal determinación. No esperaba que ella tocara la fregona, pero allí estaba.