Cuando Eva y Vincent finalmente llegaron a Pradera, el carruaje fue conducido a la residencia de los Dawson. Sumida en pensamientos, Eva miraba por la ventana del carruaje mientras recordaba lo que había sucedido entre ella y los habitantes del pueblo. Sintió que Vincent colocaba su mano sobre la suya y se volvió para mirarlo.
—Mantén la cabeza alta, no hay nada de qué avergonzarte ni temer. No tienes que agacharte y caminar porque no fuiste tú quien cometió un error, sino los demás. No te importe lo que piensen otros, dolerá menos —Vincent le aseguró, y Eva devolvió sus palabras con una sonrisa.
No era que Eva temiera ser menospreciada, sino que las cosas no podían volver a ser como antes. Como el clima, el calor de la gente ahora se sentía vacío y frío. Si no fuera por Eugenio, a quien sabía que estaba en la casa, habría sentido el pueblo como ajeno.