A medida que pasaban las horas de la noche, las velas se derretían hasta que ya no podían quemarse más, mientras que la única luz provenía de la chimenea, donde las llamas ardientes de los troncos de madera habían empezado a atenuarse.
Mientras Eva seguía durmiendo en la cama, Vincent se sentó en el borde de la ventana. Una de sus piernas doblada y apoyada junto al cristal, y la otra colocada en el suelo. Dio una calada al cigarrillo, cuyo extremo se iluminó intensamente antes de empezar a cubrirse de ceniza al soplar el humo. Contra el sonido de la nieve y el viento silbando afuera, notó que un carruaje salía de la posada, y después de unos segundos, alguien gritó en la posada.
El grito despertó a Eva de su sueño y se sentó en la cama, buscando ansiosamente a Vincent. Lo vio vistiéndose su camisa y abrochándola antes de caminar hacia la puerta. Le preguntó,
—¿Escuchaste a alguien gritar?
Vincent asintió y le instruyó:
