Al día siguiente, más nieve cubrió dentro y alrededor del pueblo de Berkshire. La ropa de Eva y otras pertenencias que había traído estaban empacadas en el baúl y su bolso. Alguien llamó a la puerta de la habitación y cuando Eva levantó la cabeza, notó que eran la Señora Aubrey y Lady Paloma.
—Qué desafortunado que te vayas tan pronto, Eva. Esperaba celebrar tu cumpleaños así como la Navidad contigo. ¿Estás segura de que no puedes quedarte un poco más? —preguntó Lady Paloma, que sostenía un frasco de galletas que había preparado esa mañana. Se lo entregó a Eva.
—Lo siento por irme tan pronto, Lady Paloma. Quizás la próxima vez vendré a visitarte antes que esta vez —Eva aseguró a la mujer, quien le ofreció una sonrisa.
—Tal vez mejor. Ven con la noticia de un esposo, ¿eh? —Lady Paloma, que no tenía hijas, había tratado a Eva como a una de las suyas. Igual a cómo la Señora Aubrey la había amado y cuidado durante todos estos años.