En los confines estériles del Hospital Ángel, Fang Zichen yacía en una cama de hospital, rodeada del suave zumbido de los equipos médicos y la atención concentrada de doctores y enfermeras. Sin embargo, la atmósfera clínica hacía poco para ocultar la preocupación subyacente que llenaba la habitación.
Fang Zichen parecía frágil; sus rasgos marcados por la incomodidad. El equipo médico trabajaba diligentemente, su experiencia una presencia tranquilizadora ante la incertidumbre.
Mientras tanto, en el corredor del hospital, Han Cheng iba y venía, su ansiedad palpable. Cada paso reflejaba el tamborileo de su preocupación, el ritmo de un corazón entrelazado con el de su amada esposa. Sus ojos se dirigían hacia la entrada de la sala de tratamiento, buscando cualquier señal de tranquilidad o noticias.
—Ella estará bien. Tiene que estarlo —murmuraba ansiosamente Han Cheng para sí mismo.