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—Tía Cai, no sé qué le dijo Xi Yaohua, pero ya le dije que si se cruza en mi camino otra vez, no mostraré misericordia. Aún así no mejoró, ¡sino que empeoró aún más! —dijo Qin Yan fríamente.
—Hermana, ¿de qué estás hablando? Hermana, sé que te gusta el hermano Yao pero no puedes forzar a alguien a que te ame. ¿Qué lograste golpeándolo hasta dejarlo en este estado? Si no quieres que yo y el hermano Yao estemos juntos, me iré. Pero mi partida no significa que el hermano Yao comenzará a amarte. ¡Hermana, por favor no lastimes al hermano Yao, te lo suplico! —Qin Muran sollozaba lamentablemente.
—Yan Yan, por favor trata de entender. Yo amo a Muran. Nunca podré ser tuyo. ¿Puedes dejar de obsesionarte conmigo ahora por favor? —Xi Yaohua suplicó frunciendo el ceño de dolor.
Qin Yan casi aplaudió ante la actuación de estos dos sinvergüenzas. —¡Basta de tonterías! ¿Por qué me llamasteis aquí? ¡No tengo tiempo para entreteneros!
Qin Yicheng se acercó a Qin Yan y le dijo severamente: