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Seren también se apresuró hacia su lado, y la mujer sonrió débilmente mientras ahuyentaba al médico con un gesto silencioso, indicándole que podía sostenerse por sí misma.
—Mi Señora, ha regresado.
Seren tomó su mano, y su corazón tembló al darse cuenta de lo frágil que se había vuelto su niñera. Pálida y delgada, con labios de un blanco papel... Seren casi podía ver las venas en el dorso de la mano de su niñera.
—M-Martha, ¿qué, cómo estás? ¿Por qué tienes ese aspecto... qué?
—Estoy bien, mi señora, ah, no, Su Majestad —dijo la voz débil pero agradable de la mujer. Aunque era obvio que estaba enferma, sus ojos grises se llenaron de calidez ahora que las dos se habían reunido.
Ver a Seren había traído felicidad a Martha, pero ver a Martha había traído a Seren angustia.
—No, no pareces estar bien para nada, Martha.