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Sus carruajes, de apariencia ordinaria, continuaban viajando a través de la oscuridad de la noche. Tras horas de viaje, los dos carruajes se detuvieron.
Seren, que se había quedado dormida apoyada en el hombro de Drayce, se despertó de golpe. Se frotó los ojos y preguntó:
—¿Hemos llegado a nuestro destino?
Drayce había estado escuchando la conversación fuera y respondió:
—Aún no, pero tenemos que bajar del carruaje.
Él la ayudó a bajar del carruaje y ella vio que ya no estaban en el bosque. Se encontraban en la orilla de un gran río, iluminados únicamente por las lámparas de sus carruajes.
Aún era profunda la noche, la luna algo oculta tras las nubes, y ella encontró un solo bote lo suficientemente grande para llevar a su grupo flotando silenciosamente sobre las aguas negras.
Justo entonces, el Rey Armen se acercó a ellos, con su expresión tranquila como de costumbre.