El Príncipe Heredero de Griven podía sentir la mirada en la nuca proveniente de la dirección de la Reina de Megaris. Aunque fingía no haberla sorprendido mirándolo, con sus sentidos, era imposible para la mujer ocultar el hecho de que lo había estado observando. Arlan podía ver que hace unos meses, su mirada no demostraba más que una cortesía pasajera hacia él, y ahora, esos ojos morados tenían un interés inconfundible en ellos.
—¿Le has dicho algo no muy bueno de mí a tu esposa? —preguntó Arlan a Drayce.
—Enseñándola con el mejor ejemplo disponible —respondió Drayce.
—¿Enseñanza? ¿Qué? —estrechó sus ojos hacia el joven rey—. ¿Qué exactamente le dijiste que me mira con tal mirada sospechosa?
—Le dije que no se dejara engañar por palabras melosas y caras bonitas.
—Hah. De todas las personas, ¿me usas a mí? —Arlan soltó un suspiro exagerado de decepción—. Ahora ella pensará que soy algún tipo de monstruo que puede salir de mí en cualquier momento.