Seren tenía la boca abierta ante el caos en la cubierta; era como si el mundo se hubiera puesto patas arriba. La lluvia era tan intensa y la oscuridad de la noche tan profunda que era casi imposible ver más allá de varios pies enfrente, aun así, valientes marineros hacían todo lo posible por manejar el barco en semejante tormenta terrible.
Se sujetó al marco de la puerta por un momento y eligió salir incluso cuando su cuerpo inmediatamente se empapó con la lluvia. Justo entonces, un marinero que pasaba la vio y entró en pánico.
—¡Su Majestad, es peligroso afuera! ¡Por favor, quédese en su cabaña! —gritó el hombre mientras sujetaba firmemente una cuerda, tratando de evitar que la vela del mástil se desenrollara.
Seren escuchó al marinero pero ignoró su advertencia ya que sus ojos solo buscaban a su esposo. Debido a la baja visibilidad causada por la noche y la lluvia, no pudo encontrarlo y caminó hacia adelante.
—¡Su Majestad la Reina, por favor regrese!