Drayce podía ver que estos dos eran leales a su maestro y no dirían una palabra incluso si tuviera que matarlos, pero aún así deseaba intentarlo. Aunque no eran hostiles hacia él, ¿y si fueran enemigos que eventualmente podrían causar daño a su esposa? Entonces sería mejor que estuvieran muertos.
—¿Debería amenazarlos una vez más?
Desenvainó su espada, sus ojos rojos destellaron mostrando su intención de matarlos. Sin embargo, los dos cambiaformas se estremecieron, no reaccionaron ante su espada, sino ante la llegada de Aureus.
En el momento en que el joven con alas doradas aterrizó en el suelo junto a Drayce, los cuerpos de los dos hombres se movieron por sí solos y cayeron de rodillas. Se podía ver la pura sorpresa en sus ojos, como si estuvieran presenciando algo imposible.
—¿Una Águila Divina dorada? —uno de ellos murmuró, mientras el otro dijo:
— ¿Es realmente oro, o estoy alucinando?
—No estás alucinando —habló Aureus mientras sus alas se plegaban detrás de él.
