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Drayce cumpliría cinco años ese año, y aunque en ese momento no lo sabía, marcaría un cambio importante en su vida.
Sería el momento para que Esther se marchara.
En los meses restantes, ella pasó tanto tiempo como pudo con su hijo. Frecuentemente tocaba la cítara para él y al pequeño príncipe le encantaban esas tardes cuando no tenía que asistir a clases y simplemente podía relajarse escuchando a su madre tocar su instrumento favorito. En su tiempo libre, cuidaban juntos el invernadero que estaba adjunto a su estudio o entrenaban en la esgrima básica.
En las raras ocasiones en que necesitaba salir de la capital, llevaba a Drayce para educarlo con lecciones más prácticas, como la recolección de hierbas o conocimientos relevantes para sobrevivir en la naturaleza. Iban a los bosques donde Esther le enseñaba a encontrar hierbas raras con propiedades medicinales, y también recolectaban bayas silvestres que a Drayce le gustaba comer.