—Lo haré —dijo ella, su voz débil sonando extrañamente decidida—.
—¿Qué? —preguntó él—.
—Eso que dijo Su Majestad. Yo lo haré
—¿De veras? —la interrumpió él, acercándose de repente a ella—. Miró profundamente dentro de sus bonitos ojos, como si deseara ver a través de su alma inocente.
Su acción hizo que ella retrocediera, haciéndola tragar las palabras siguientes. —lavar tu ropa.
Ella ya no expresó el resto de su declaración y simplemente asintió con vacilación. —Sí, Su Majestad—.
No sabía por qué, pero parecía haber un cambio en el hombre sentado a su lado. Intentó mantener la calma bajo esa intensa mirada de sus ojos rojos, pero estaba fallando en recobrar su compostura—.
—Entonces, ¿por dónde empezamos, Mi Reina? —preguntó él—.
Su mente se quedó en blanco. La forma en que él la miraba le hacía olvidar todo lo demás. Todo lo que podía oír era el sonido de la carreta moviéndose por el camino accidentado.
—Mi Reina necesita responderme —habló Drayce—. ¿Por dónde empezamos?
