Los hermanos salieron de la casa de la ópera en su carruaje real y se dirigieron hacia la calle principal que salía de la ciudad propiamente. Pronto, llegaron a una granja cubierta de cultivos lo suficientemente altos como para llegarles a las rodillas. Una parte tenía vegetales, la otra parecía un campo de arroz. Había algunos árboles frutales esparcidos.
—¿Una granja? —preguntó Seren mientras miraba curiosamente a su alrededor.
—¡Hmm! —replicó él y la guió por un camino de piedras.
—¿Por qué estamos aquí? —preguntó ella mientras seguía a su hermano.
—Para conseguirte tu cosa favorita —respondió Cian. Después de un rato, llegaron a una casa hecha de piedra. Había alguien afuera esperándolos.
Era una anciana encorvada por la espalda. Se acercó a ellos con el apoyo de un bastón de madera en su mano. —Saludos, Su Alteza.
Cian aceptó su saludo con un leve asentimiento.