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—¿Por qué me dejaste? —lloró una mujer que lucía como Li Dai Lu. Wang Chao se sobresaltó ante la angustia en su voz. Mirando a su alrededor, vio que ya no estaba acurrucado con ella en la cama, sino que estaba parado en medio de una pérgola que estaba al borde de un lago. Había montañas en el fondo, pero lo que más le asombró fue el cielo lavanda y azul con dos lunas colgando en él a pesar de que era lo suficientemente brillante para que el sol estuviera fuera.
—¿Por qué me dejaste? —ella lloró de nuevo. Fue como un cuchillo retorcido en sus entrañas, y por mucho que Wang Chao quisiera ir y abrazarla, no podía. Todo lo que podía hacer era quedarse allí parado, fuerte y orgulloso, negándose a ceder ante el peso de sus lágrimas.
—Me llamaron —se oyó decir, pero no era su voz. Esta era más profunda, más animal que humana, pero sin duda, era él.