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—Logramos pasar por los dos supermercados restantes sin dramas... gracias a Dios —dije tras un suspiro de alivio—. Y después de encontrarnos con el resto de los chicos, rápidamente nos dirigimos al punto de encuentro con el general.
—Me había asegurado de guardar la mayoría de nuestros suministros y, en cambio, cada uno llevaba su propia mochila con lo mínimo indispensable para mantener las apariencias —continué explicando—. No tenía sentido que el General supiera cuántos suministros teníamos realmente.
—Ahora, no pretendo saber lo que pasa por la mente de Cara de Mierda a diario, o incluso cada hora —comenté con una mueca—, pero había asumido que, como era un General del prestigioso ejército del País K, debería tener algún nivel de inteligencia.
—Pero al parecer, le había dado demasiado crédito al hombre —murmuré más para mí que para los demás.