Miré hacia abajo al hombre frente a mí, literalmente de rodillas, llorando ante la idea de que esto no era más que un sueño que se desvanecería como humo al amanecer.
Lo sorprendente era que no estaba equivocado. Ya que habíamos pasado por este ciclo una y otra vez durante miles de años, no había garantía de que despertaríamos en la misma pila de cachorros en la que nos habíamos dormido.
—Creo que estamos seguros —dije lentamente, sin querer hacer promesas que no pudiera cumplir—. Hemos aprendido del pasado y no cometeremos los mismos errores en el futuro.
—Nunca —dijo rápidamente mientras se hundía más en mi estómago, como si pensara que si se aferraba lo suficiente, todo estaría bien—. Eres lo único que hace que esta vida valga la pena vivir. Solo me odio a mí mismo por tardar tanto en darme cuenta.