Mei Shi Zhe permaneció en su posición, sin mover un solo músculo. Mantuvo los ojos cerrados, rehusando incluso mirar los zapatos de la mujer que tenía enfrente.
No, no mujer; Diosa.
Hubo un profundo suspiro, y el Mensajero se estremeció al sentir su aliento rozando su oreja. Ella debía haberse agachado a su lado.
—¿Quieres saber tu final feliz? —susurró en su oído, provocando que se le erizara la piel.
—No —le aseguró. Nunca había querido saber quién era su compañera predestinada. Ya tenía a alguien en su corazón, y eso era suficiente para hacerlo feliz. Incluso si ella nunca lo supiera.
—Puede que no lo sepa, pero eso no significa que tampoco lo esté pensando —volvió a decir la voz, sobresaltando a Mei Shi Zhe lo suficiente como para que rompiera sus propias reglas y levantara la vista, con los ojos bien abiertos.