—¿Por qué no? —insistí, manteniendo la sonrisa en mi rostro.
—Porque él no es el líder —respondió ella como si fuera lo más obvio del mundo. Y lo era. Nadie que no fuera el líder tenía derecho a decidir lo que ocurría dentro de un grupo.
—Exactamente —dije, sin que mi sonrisa flaqueara—. Y el comandante no es el líder de este grupo. Yo lo soy.
—Eso no es posible —se rió ella, sacudiendo la cabeza—. Él es el comandante de un equipo militar. Por supuesto que él está a cargo del equipo.
—De su equipo, sí —dije con una afirmación definitiva—. Pero no de todo el equipo. Yo soy a quien tuvo que recurrir para pedir ayuda cuando la necesitó. Eso significa que él no puede tomar la decisión por el equipo en su conjunto. Esa responsabilidad recae firmemente sobre mis hombros.
Ella se burló de ese comentario y encogió los hombros. —Está bien —accedió rápidamente con una sonrisa propia—. No seremos parte de tu equipo.