La mano del Sr. Ye lentamente bajó a su lado, y él dio un paso hacia atrás, su rostro pálido y atormentado.
—Yo... Yo no sabía. Lo juro, no sabía que estaba tan mal. Pensé que era solo... estrés, o tal vez ella necesitaba tiempo para unirse a él.
—Ese es exactamente el problema —dijo Yu Holea, su voz ahora llena de tristeza—. Pensaste. Supusiste. Nunca enfrentaste la situación. Dejaste que se pudriera, esperando que se arreglara solo. Pero el Pequeño Ye también sufrió por tu inacción.
Las lágrimas llenaron los ojos del Sr. Ye, y cubrió su rostro con sus manos.
—He fallado —sollozó—. He fallado como padre.
La Sra. Ye permaneció en silencio, su rostro húmedo por las lágrimas, mirando fijamente el suelo.
Yu Holea caminó hacia la Sra. Ye y esposó su mano. Llamó a la policía y entregó a la Sra. Ye a los policías.
Girándose hacia el Sr. Ye, Yu Holea calculó fríamente su destino y decidió no tomar ninguna acción contra él.
