Yu Holea y Yu Sicong rodaron los ojos. Verdaderamente su madre no podía ocultar nada.
Sheng Yin los miraba sospechosamente.
El cuarto del hospital estaba inquietantemente silencioso, excepto por el ritmo constante del monitor cardíaco conectado a la anciana Sra. Yu.
Yacía inconsciente en la cama, su frágil cuerpo envuelto en sábanas blancas estériles.
Junto a su cama estaba Yu Mei, con el rostro torcido en una máscara de ira.
Sus uñas se clavaban en el costado de la silla que agarraba mientras miraba a la anciana con malicia sin restricciones.
—Vieja inútil —murmuró Yu Mei entre dientes apretados, su voz baja pero venenosa.
—Después de todo lo que he hecho, incluso tú resultaste ser inútil. Podrías haber sido mi llave para la victoria.
Sus ojos ardían con resentimiento, y sintió un dolor demasiado familiar de amargura arañando sus entrañas.
De repente, Yu Mei sintió que su visión se nublaba.