—No me mires así, Dom —dijo Heaven sin emoción, maquillándose rápidamente en el asiento del copiloto mientras su esposo la llevaba a la empresa—. Culpa al instinto primal humano. Mi esposo es la tentación encarnada. ¿Puedes culparme?
Dominic soltó una carcajada mientras la miraba antes de fijar sus ojos en la carretera. —Deberías admitir que la última vez estuvo caliente.
Heaven rodó los ojos mientras dejaba de aplicarse el protector solar, lanzándole una mirada. Dominic arqueó una ceja, observándola de reojo.
—Está bien —dijo ella, poniendo sus ojos en el espejo—. Eso estuvo caliente e increíble, pero ahora, llego tarde.
—No es como si el señor Yang te fuera a matar.
—¿En serio? —Ella lo miró de vuelta con una expresión vacía—. El señor Yang no me matará, pero me va a echar un sermón. No parará en todo el día. Es igual.
—Está bien. ¿Necesitas que haga algo al respecto?
—Cariño, eso es muy amable de tu parte.
—¿Sarcasmo?
