El silencio dominaba la sala familiar de la antigua residencia Zhu. Nadie en la habitación se atrevía a romper el silencio, permitiéndose absorber la tensión no expresada que pesaba mucho en el ambiente. Cada miembro se sentaba en sus respectivos asientos, evitando el contacto visual, luchando con sus pensamientos y sentimientos sobre la noticia que Tigre les había traído.
—Eso es imposible —Oso fue el primero en romper el prolongado silencio reinante en la sala—. La enterramos.
Lentamente levantó la cabeza, con los brazos descansando en sus piernas abiertas, escaneando los rostros en la habitación. Excepto por Dominic, todos en la sala habían estado en el funeral de Hera. Todos ellos tenían sus propias historias de ese día, pero todos compartían la pena de cerrar el ataúd y verlo ser enterrado con nada más que tierra.
—Todos estábamos allí cuando cerraron su ataúd —continuó en voz baja—. Ella no puede estar viva.
