Ivy jadeaba cuando cerró de golpe la puerta. Sus manos lentamente se convirtieron en puños hasta que temblaban. Mirando hacia atrás hacia la oficina de la que venía, apretó los dientes de furia.
—Silas Zhu —hasta su voz interior temblaba tan fuerte como su corazón—. Ya llegará tu día.
Su rostro se arrugó con igual ira y desprecio, mirando hacia el brazo que Silas había sostenido. Chasqueó la lengua, alejándose furiosa de esa oficina miserable. Sin duda, Silas era un caso perdido. No había manera de que alguna vez se redimiera. El hombre ni siquiera tenía intenciones de hacerlo.