—Mami, ¿puedes tener otro bebé? —la pequeña Hera tenía su mejilla apoyada en sus palmas, tumbada boca abajo con los pies meciéndose simultáneamente. Sus centelleantes ojos de fénix brillaban con curiosidad, fijándose en la hermosa mujer sentada bajo el árbol.
Felice, su madre, levantó la cabeza para mirar a su hija. En el segundo en que cruzaron la mirada, la comisura de su boca se estiró.
—No.
—¿Pero por qué?
—Porque tu papá es un tonto. Ni siquiera puede cuidarte apropiadamente, te ha perdido de vista al menos cien veces.
Hera frunció el ceño mientras entrecerraba los ojos, pensando que era culpa de su padre que todavía no tuviera un hermanito. —¡Pero al final siempre me encuentra! Mami, creo que maduraría si tuviera otro bebé!
—¡Jajaja! —Felice soltó una carcajada, negando con la cabeza ante los comentarios tontos de su hija—. Hera, ¿realmente quieres otro hermanito?
—¡Sí! ¡Quiero ser una hermana mayor de verdad!
—Pero ya tienes a Princesa y Frank contigo.