La primera vez que la princesa posó sus ojos en la niña, supo instantáneamente que no debería estar dentro de ese contenedor. La mayoría de ellos eran desechos, mientras que algunos eran niños callejeros que habían sido abandonados por sus familias para morir o sobrevivir por su cuenta.
Pero esa niña con coletas, mientras su gran rizo rebotaba sobre su hombro, parecía acomodada.
—¿Eres una verdadera princesa, verdad? ¿Cómo supiste que planean reemplazar los órganos de todos con drogas, si no?
Todo lo que Princesa podía hacer era quedarse mirando a la hermosa niña. Los ojos de esta última brillaban con anticipación y admiración. Su aspecto alegre, sin embargo, desapareció cuando la voz de un hombre retumbó fuera del contenedor.
—¡Hera! ¿Realmente quieres que me maten?! ¿Cuántas veces tengo que decirte que no te escapes? —exclamó el hombre de afuera, Vicenzo.
La joven Hera frunció el ceño profundamente, girando su cabeza hacia la única entrada y salida del contenedor.