Tres días más tarde...
Dominic se deslizó bajo la manta, uniéndose a su esposa en la cama. Cielo todavía estaba sentada, su espalda contra el cabecero, los brazos cruzados bajo su pecho, y un ceño tan profundo como el infierno.
—¿Todo está bien? —preguntó él, preocupado—. ¿Quieres algo?
—Misericordia es una diva total —bufó Cielo, casi llegando a su punto máximo de frustración—. ¿Cómo puede ser tan insensible? ¡He estado intentando persuadirla, pero ni siquiera quiere jugar conmigo!
Dominic abrió la boca, pero luego la cerró de nuevo. Había escuchado que su abuela presentó su querida mascota a su esposa, pero no dijo nada ya que Cielo parecía un poco emocionada al principio. Cielo había estado hablando de ello sin parar cada noche, así que sabía que su esposa estaba pasando sus días fuera del invernadero.