—¡Argh! —Leo gruñó a través de sus dientes apretados, aspirando el aire y expulsándolo con pesadez. Su cara se había tornado roja por el dolor mientras todas las venas de su cuello protruyeron enojadas. Su agarre en torno al borde de la cama se apretó, arrugando las sábanas.
—Jah —En contraste con su reacción, el rostro de Cielo gritaba indiferencia. Ella miraba la bala cubierta de sangre, girando su mano para observar la bala. No se dijo nada, sólo miró hacia arriba al herido Leo.
—Patético —comentó ella, colocando la bala en un pequeño contenedor antes de vendar su herida de bala—. Eso estaba bastante profundo. Si hubiera ido un poco más, no creo que aún tendrías la energía para ser tan insensato.
Leo mantuvo sus dientes apretados, su rostro arrugado de dolor. Cerró los ojos cuando Cielo terminó de vendar su herida, sentándose a su lado en el borde de la cama.