—Hermana —llamó Axel, con los ojos girando de preocupación mientras miraba a Cielo junto a su silla—. ¿Estás bien?
Cielo tenía sus ojos fijos en la mesa a unos metros de ella. Allí, en la mesa de la esquina, estaba la mujer y los oficiales que vinieron. La mujer estaba dando su declaración, manteniendo la cabeza baja. Se podían ver diferentes emociones en el rostro de la mujer a cada segundo que pasaba, pero la que dominaba en sus ojos cansados era la impotencia.
—Hoy, aprendí algo de ella, Axel —susurró Cielo después de un tiempo mientras estrechaba sus ojos—. Podría estar en esa situación.
—¿Qué? —Axel frunció el ceño—. ¿Por qué estarías en esa situación?
—No estoy diciendo que estaría, pero si suplicar es lo único que puedo hacer, me arrastraría por el suelo si fuera necesario —Cielo lentamente apartó la mirada de la mujer hacia Axel—. Como madre, puedo matar si tengo que hacerlo, pero también caería de rodillas si eso es lo único que puedo hacer.