—Hoy dejaré a Basti en casa. Así que tú descansa, mi amor. No te preocupes por nada más —Cielo sonrió, sentándose al borde de la cama mientras leía una nota que Sebastián dejó en la mesita de noche. Se había quedado dormida, gracias a Sebastián por mantenerla despierta hasta tarde y exhausta.
«Confío en él» —susurró, volviendo a leer la nota por enésima vez—. «Siempre es tan considerado. ¿Cómo supo cuándo necesitaba tiempo a solas?»
toc toc
—Cielo levantó la mirada cuando la puerta se abrió desde afuera. Miriam asomó su cabeza antes de abrir más la puerta.
—Señora Joven, ¿se siente mejor ahora? —preguntó Miriam, llevando la bandeja adentro—. El señor me dijo que no te sentías bien, así que me pidió que te preparara el desayuno en la cama.
—Estoy bien, Miriam. Dom solo está preocupado, pero estoy bien —Cielo rió entre dientes cuando Miriam colocó la bandeja en la mesita de noche, moviendo la mesa hacia el lado de la cama.