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Cielo no sabía cuánto tiempo se quedaron en el ascensor o a qué hora salieron. Tampoco sabía cómo llegó a casa. Pero lo que sí sabía era que se despertó, solo para ser recibida por la divina belleza de su esposo.
—Buenos días, amor. —Sus ojos estaban suaves, sonriendo al rostro frente a ella—. Me despierto todos los días solo para ver esta vista.
Pensando en la noche anterior, la mente de Cielo estaba confusa y embrollada. Los demonios en su cabeza, aprovechando un momento de vulnerabilidad, casi la devoran viva. Si Dominic no hubiera venido anoche, no sabía qué habría hecho.
—Gracias —susurró ella, tocando la punta de su nariz—. Por salvarme.
Los ojos de Dominic se abrieron lentamente, aleteando sus largas pestañas hasta que el hermoso rostro de su esposa estuvo claro. Al ver que la oscuridad que cubría su semblante la noche anterior había desaparecido, un alivio inundó su corazón.
—¿Cómo te sientes? —aún preguntó él, solo para estar seguro.