Dominic soltó una risita en cuanto su esposa se enfrentó a él. Pulsó un botón al azar de nuevo, dejando que la puerta se cerrara mientras avanzaba hacia ella. Sin embargo, Cielo inmediatamente retrocedió por instinto hasta que su espalda sintió la pared.
Dominic apoyó su mano en la pared junto a ella. —No recuerdo haber gritado como Axel —dijo, inclinando la cabeza hacia un lado.
—Y cuando estoy dentro de ti, todo en lo que puedo pensar es en ir más profundo y hacerte gritar lo suficientemente alto para que nuestros vecinos sepan mi nombre —continuó, incapaz de quitar la sonrisa de su rostro—. ¿Hay algo más que te preocupe?
Cielo abrió y cerró la boca, forzando su voz a salir de su garganta. —¿Qué... qué haces aquí?
—Porque a mi esposa no le apetece volver a casa por su maquillaje arruinado —se encogió de hombros—. No puedo dejarla ir sola, pero no esperaba que tuviera otra razón. Estoy halagado.
