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Para Oso, Felice y Vicenzo eran sus salvadores. Les debía su vida, dedicando su existencia a ellos y a su querida hija, Hera. Sin embargo, incluso si Felice y Vicenzo eran sus salvadores, sus pecados y crímenes eran hechos que este mundo nunca pasaría por alto.
Pocos años después de aquel incidente, los malos hábitos de Vicenzo se cobraron su vida sin piedad. Dejó a su esposa e hija, y desde entonces, Felice se hizo cargo de la organización. Incluso en el duelo por la pérdida de su esposo, Felice no tuvo más opción que mantenerse firme por su hija.
Felice no estaba en una posición donde tuviera el lujo de dejarse llevar por su pena. La muerte de Vicenzo fue una mala noticia para ella, pero para muchos, fue una situación digna de celebración. Su muerte elevó la moral de sus enemigos, atacando la organización desde todos los frentes.