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—Lo que te aterra no es la muerte, sino la vida. Pero mi esposo no te dejará morir. ¿Me equivoco? Deberías sentirte halagada. Incluso financió la instalación médica en esta prisión, especialmente para ti. ¿No eres especial? —Andrea apretó los dientes, manteniendo contacto visual con Cielo.
Al principio, Andrea pensó que la prisión era mejor que estar huyendo. Pero ahora, ya no sabía. Su vida aquí era peor. La gente simplemente la acosaba y la golpeaba sin ninguna maldita razón. Al principio intentó defenderse, pero contra innumerables reclusos, el resultado era obvio.
Lo que empeoraba las cosas era que, sin importar cuán terriblemente la golpearan hasta casi estar al borde de la muerte, el médico seguía reviviéndola. No había pasado una semana desde que entró a este infierno, pero con la cantidad de veces que la llevaron corriendo a la enfermería, Andrea sentía que había estado allí más tiempo.