—Creí que ya habías mejorado nuestras vidas, Addie. Salvaste a tu madre y a Myrtle. También te reuniste con tu hermano mayor. También te conocí en esta vida, y te convertiste en mi esposa —al decir esto, Lennox tomó una de sus manos y besó sus nudillos—. No podemos cambiar lo que pasó en el pasado, Addie, pero podemos aprender de él. Ya no estás sola en esto.
Sus palabras comenzaron a desmenuzar la culpa de Adrienne, permitiendo que un rayo de esperanza se infiltrara en su corazón. Se dio cuenta de que Lennox siempre había sido su roca, su ancla en la tormenta. Con su apoyo inquebrantable y amor, sentía un atisbo de fuerza encenderse dentro de ella.
—Tengo miedo, Len —admitió, su voz apenas por encima de un susurro—. Tengo miedo de que la historia se repita y que te pierda otra vez.
Lennox secó sus lágrimas suavemente, su mirada llena de determinación y amor.