Lennox trabajó hasta bien pasada la medianoche en su oficina. Sus tareas pendientes eran como conejitos que se reproducen; por más rápido que las hiciera, parecían aparecer más. De pronto, la puerta de su oficina se abrió y Gavin asomó la cabeza.
—Ah, así que todavía estás aquí. ¿Quieres compartir una cena para llevar conmigo? —preguntó Gavin.
Lennox ya había anticipado la visita nocturna de su mejor amigo, ya que normalmente se encuentran así para discutir la situación en Huayi y para que Gavin escuche sus opiniones sobre algún asunto. Estaba a punto de decirle que no a la oferta de Gavin cuando olfateó el delicioso olor a pollo frito y su estómago rugió.
—Claro. Toma asiento mientras termino estos informes —respondió Lennox, señalando hacia el montón de papeles sobre su escritorio.
Gavin se dejó caer en la silla, con la mirada recorriendo la habitación llena de documentos dispersos y tazas de café medio vacías.
