—Mira lo ajustada que estás —susurró Lennox—. Es como si hubieras sido hecha para mí.
—Lo soy —admitió Adrienne sin aliento—. Pertenezco a ti. Soy tuya.
—Eres mía por toda la eternidad —dijo Lennox con posesividad. Una parte de él entendía por qué Alistair Han estaba obsesionado con Adrienne. Sin embargo, Lennox sabía que su amor por Adrienne era más fuerte que su necesidad de poseerla. Su felicidad y seguridad eran más importantes que lo que él sentía por ella.
—Sí —coincidió Adrienne—. Seré tuya para siempre.
Lennox comenzó a embestir, amando la manera en que ella se sentía. Adrienne echó la cabeza hacia atrás mientras él se adentraba más, llenándola por completo. Ya estaba cerca de tener otro orgasmo, y Lennox ni siquiera estaba cerca de haber terminado con ella.