—Adrienne se despertó en medio de la noche, acurrucada en el pecho de su esposo. El sonido de su corazón latiendo con calma la confortaba mientras se desenredaba lentamente de su abrazo. Caminó de puntillas fuera del dormitorio, cuidando de no despertarlo, y fue a la cocina por un vaso de agua. Mientras sorbía el líquido fresco, Adrienne no podía evitar sentirse agradecida por los momentos de paz que tenía con su esposo, incluso en medio de la noche.
Miró hacia afuera por la enorme ventana de cristal, viendo que la luna aún estaba en el cielo oscuro. Adrienne no podía ver el vasto mar desde donde estaba, pero sabía que estaba allí, con sus olas rítmicas rompiendo contra la orilla. El leve resplandor de la luna iluminaba la habitación, proyectando una luz suave y etérea que añadía tranquilidad al momento.