Lennox frunció el ceño. Esta confesión era difícil de creer para cualquiera, pero al mirar a su esposa, Lennox sabía que ella hablaba en serio. Podía ver el dolor y la angustia en sus ojos mientras hablaba de ello. Sin embargo, ¿cómo podía alguien experimentar la vida y la muerte solo para retroceder el tiempo y vivir la vida de nuevo?
—Addie, no tienes que decírmelo —le dijo.
Adrienne negó con la cabeza. —Pero tengo que hacerlo, Len. ¿No me crees?
—No, te creo —respondió Lennox—. Solo creo que si lo que quieres decir te causa dolor, no tienes que decírmelo. No necesito saberlo. No me importa lo que pasó en el pasado mientras tú seas la que esté a mi lado ahora. Siempre serás mi esposa.
Su tono era serio y su expresión era fría e inquebrantable, pero una traza de inquietud parpadeó en sus ojos por un momento. Sus palabras sonaban cálidas y reconfortantes para Adrienne.