—Dime, Addie. ¿A quién perteneces? —Adrienne conocía esa voz como la palma de su mano. Todo su cuerpo temblaba mientras el hombre ante ella se acercaba.
—No pertenezco a nadie —respondió nerviosa.
La taza que el hombre sostenía cayó al frío suelo y se rompió junto a ella. Solo entonces Adrienne se dio cuenta de que estaba desplomada en el suelo. Los ojos del hombre la perforaban, llenos de ira y posesividad. El corazón de Adrienne se aceleraba mientras buscaba desesperadamente una ruta de escape, sabiendo que debía encontrar una salida antes de que fuera demasiado tarde.
Levantó la mirada y se encontró con la fría y dura mirada de Alistair. Se alzaba sobre ella, su imponente figura proyectaba una sombra oscura que la hacía sentir atrapada e indefensa. Sabía que Alistair siempre había sido posesivo con ella, pero nunca lo había visto tan enfurecido. Sus ojos la perforaban tan intensamente que sentía que se ahogaba bajo su mirada.