—Señorita, a Elise Jiang la enviarán al extranjero a estudiar —informó Irina una fría tarde—. ¿Qué estarán tramando esta vez?
El cielo era un gris que no era ni claro ni oscuro; era un color constante de lágrimas congeladas y nubes que parecían estar hechas de plomo. Adrienne estaba recostada en el estudio de Lennox, esperando a que él regresara del baño. Lennox acababa de terminar su sesión de terapia física de dos horas.
—¿Qué otra cosa podría ser sino para disminuir el daño a la reputación de Elise? —Ella respondió con despreocupación.
Un destello de frialdad brilló en los ojos de Adrienne. Parecía que aún no había arruinado del todo a Elise. Pero estaba decidida a continuar con sus esfuerzos, sin importar cuánto tiempo tomara. Sabía que empañar la reputación de Elise era la clave para lograr su propio sentido retorcido de satisfacción.