Scarlett no había pronunciado una sola palabra desde que dejaron su, ahora antigua, casa que compartía con su madre. La joven sabía que su madre había renunciado a su custodia a favor de su hermano mayor a cambio de dinero. Solo podía sostener la mano de Adrienne y bajar la cabeza. ¿Y si a sus hermanos tampoco les gustaba? No quería que nadie más la despreciara.
El auto se detuvo frente a una mansión masiva y lujosa. Los ojos de Scarlett se abrieron de asombro. No era como ninguna otra casa que hubiera visto antes. Las paredes eran mayormente blancas con acentos negros. El lugar también estaba lleno de vegetación, ofreciendo suficiente sombra y un paisaje refrescante a sus residentes.
—¿Qué te parece? Vivirás aquí de ahora en adelante —preguntó Adrienne después de que la niña bajó del auto, con sus ojos aún fijos en la mansión frente a ella.
—¿Tú también vives aquí, Addie? —preguntó Scarlett. Aún tenía que saber quién era Adrienne para la familia Qin.